De la grandeza nace la humildad, y Óscar Pérez, “El Conejo”, es el mejor ejemplo de ello. Ya inscrito en la historia del futbol mexicano, este ídolo del balompié no duda ni un instante en afirmar que nació para ser atleta, para ser futbolista. Sus 66 mil 150 minutos en la cancha, con 735 partidos jugados, hablan por sí solos.
Atrás quedaron los días de aquel niño que cortaba tunas en Zapotlán, la tierra de su padre, o que jugaba bromas en el metro. Hoy, no solo es un referente indiscutible del deporte nacional, sino que la vida lo ha llevado a ser funcionario, dirigiendo el deporte en Hidalgo, donde llegó a radicar hace más de 11 años.
El Conejo se volvió Tuzo, pero no fue por su carrera que llegó a la tierra de la barbacoa y el paste. En sus genes corre sangre hidalguense, la de su padre, y por eso su vida infantil está ligada a este estado, a los días de corretear en el campo, cortar tunas y elotes, y caerse entre los cardos.
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Proveniente de una familia de clase media, recuerda que de niño vivía en San Andrés Tepepilco, cerca del metro Portales. En ese lugar habitaban otros parientes, por lo que en la cuadra se armaba la reta con primos y amigos. Después de hacer la tarea, la calle se convertía en la cancha, y era hasta el grito de “¡ya métanse!” y de sus amigos diciendo “ ¡Ya vienen por ti!” que Óscar guardaba el balón para esperar un nuevo día.
Aunque practicó diversos deportes, como básquetbol, voleibol y béisbol, el fútbol ya estaba marcado en su destino. El zaguán se convertía en portería, y su primer equipo, “Los Laboristas”, tuvo en él a quien años después sería uno de los mejores porteros.
A los seis años vivió la pérdida de su hermana mayor, quien nació con una discapacidad. Su hermano mayor, en los últimos años, ha enfrentado problemas de salud. Su padre, trabajador de tranvías, y su madre, ama de casa, conformaban la típica familia mexicana.
No hay un momento exacto en el que Óscar recuerde haberse convertido en futbolista. Todos los minutos de su vida están ligados al deporte. Así fue como los equipos comenzaron a llamarlo, y él supo que tenía talento. Sus primeras pruebas fueron con el Atlante, cuando aún estaba en segunda división. Apenas tenía 14 años y comenzaba a jugar un fútbol más en forma, aunque aún no recibía paga.
Entre sus anécdotas de vida, recuerda agosto de 1993, cuando, tras haber fichado con el Atlas, tuvo que mentir durante 25 días, diciendo que iba a la escuela, aunque en realidad asistía a los entrenamientos. Solo cuando el equipo tuvo que viajar a Xalapa, se vio obligado a decir la verdad. Fue entonces cuando sus padres le dieron su bendición.
El apodo de “El Conejo” se le dio debido a su estatura de 1.72 metros, que no es muy alta para ser portero. Sin embargo, suplió esa desventaja con saltos y una gran potencia de piernas. Su compañero de reservas, Paco Palencia, fue quien comenzó a llamarlo así, y desde entonces, Óscar dice que lleva ese apodo con orgullo.
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Casado con Gabriela desde hace 18 años, tiene dos hijos, de 15 y 18 años, uno de los cuales sigue sus pasos en el futbol.
A El Conejo le gusta el pollo en mole verde, disfruta de un buen mezcal y de la música de Mijares. En el futuro, le gustaría estudiar una carrera universitaria en administración de deportes o empresas. Él es un hombre que cree en el destino y que siempre aconseja: “Vayan con todo por sus sueños, porque sí se puede.”
Te recuerdo que si te has preguntado, ¿qué sucede con los políticos y funcionarios cuando se apagan las cámaras, se cierra la puerta de la oficina y llegan a casa?, te invito a leer las historias de vida de los hombres y mujeres que rigen el destino de Hidalgo.
Nos vemos en el próximo retrato.
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