Muchos de nosotros tenemos presente a Silvia Pinal como aquella señora que salía en un programa del entonces canal de las Estrellas, donde se abordaban problemáticas bastante fuertes para su época, en el famoso “Mujer, casos de la vida real”.
Pero la que erróneamente ha sido llamada “última diva del cine mexicano” (porque ¿dónde dejamos a Elsa Aguirre, María Victoria, Irma Dorantes o Yolanda Montes “Tongolele”?) fue más que una actriz de la televisión o la matriarca de una dinastía que se diluyó en los escándalos de sus vástagos, Silvia Pinal fue más, mucho más.
No hablemos de su carrera política en el DIF de Tlaxcala o en las Cámaras de Diputados y Senadores, hablamos de la huella que dejó en el cine nacional e internacional, porque tal vez algunos no lo sepan, pero la cabeza de la dinastía Pinal fue parteaguas en la pantalla grande de aquellos años, estamos hablando de finales de los 40 y toda la década de los 50 y 60.
Dejemos de lado también sus interpretaciones en las telenovelas, que, si bien forman parte de un legado que heredó a su hija Sylvia Pasquel y a su bisnieta Camila Valero, no describen en su totalidad la profundidad de su trabajo en el séptimo arte.
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Los papeles de Silvia Pinal en producciones como Un rincón cerca del cielo, El inocente o Locura Pasional, incluso María Isabel, eran de mujeres con personalidades fuertes, ese tipo de roles le valieron ser una de las actrices fetiche de nada más y nada menos que Luis Buñuel.
Pero el cine español no solo se dejó llevar por los encantos y el talento de la nacida en Guaymas, Sonora; otros países como Italia se rindieron ante sus interpretaciones que incluso escandalizaron al Vaticano.
Si queremos entender el cine que hacía Silvia Pinal, basta con ver tres de sus más brillantes películas, quizá la más importante fue Viridiana de Luis Buñuel, ganadora de una Palma de oro en Cannes, el relato sobre una religiosa cuya vida cambia de golpe y en la que se pone en tela de juicio a la moral es todavía considerada una blasfemia en las esferas de la iglesia católica, lo que convirtió a Silvia en una actriz tabú.
Pero Viridiana solo sería el inicio de lo que podía hacer la actriz con guiones bien hechos y con la guía de Buñuel, quizá una de las obras más completas de la filmografía de Pinal, desafiante, original y escandalosa, fue Simón del desierto, el último trabajo que hizo con el director español y me atrevo a decir que el mejor de su carrera, no por enseñar demás como lo dicen algunos, sino por lograr el retrato de un diablo que no se había visto con anterioridad.
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Ya más instalada en el cine mexicano, Silvia Pinal puso de nuevo el dedo en la llaga con otro papel audaz, esta vez en Las mariposas disecadas de Sergio Véjar, suspenso digno del que se hacía en la época de los 70, con una historia perturbadora y fuera de sí, sobre una mujer obsesionada con la juventud y la belleza, dos cosas que en primera instancia parecen inofensivas, pero que pueden llevar a muchas personas a la locura.
Más de 80 películas conforman el legado de Silvia Pinal en el cine; entender que no se fue cualquier actriz de telenovelas, nos toma solo lo que dura una de estas tres películas que fácilmente encontramos en YouTube, vale la pena saber que Silvia Pinal no solo fue la señora que decía “acompáñenme a ver esta triste historia”, fue una diva, no la última, pero sí de las más grandes de México. Descanse en paz… Hasta aquí ¡Corte y queda!
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