Yazmín Salazar

What To Know

  • De acuerdo a los reportes oficiales, más de 150 comunidades quedaron incomunicadas, 21 personas perdieron la vida y más de mil viviendas resultaron afectadas.
  • Sus efectos se reflejan en el aumento de la temperatura del planeta y en la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos como los huracanes.
  • Priscila se irá de los titulares y de las giras políticas, pero no se borrará de la memoria de quienes lo perdieron todo.

El golpe de la tormenta

 El pasado 8 de octubre, el huracán Priscila entró con fuerza a territorio mexicano, dejando a su paso destrucción y miedo. En Hidalgo los cerros se desgajaron y las calles se convirtieron en ríos. En cuestión de horas, comunidades enteras quedaron aisladas.

De acuerdo a los reportes oficiales, más de 150 comunidades quedaron incomunicadas, 21 personas perdieron la vida y más de mil viviendas resultaron afectadas. Lo que para muchos fue una tormenta más, para cientos de familias significó perderlo todo: su hogar, cosecha, la vida.

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Para el Estado, fue una nueva llamada de atención para atender algo que no hemos querido ver o tratar con la seriedad que merece: la adaptación al cambio climático.

Fenómenos meteorológicos extremos:  señales del cambio climático

El cambio climático es la variación global del clima, causado tanto por procesos naturales como por actividades humanas —principalmente por la quema de combustibles fósiles y la deforestación —. Sus efectos se reflejan en el aumento de la temperatura del planeta y en la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos como los huracanes.

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Priscila no fue casualidad. Fue una advertencia más de que el sistema terrestre climático está alterado y sigue cambiando. También nos dejó ver que aún no estamos preparados para enfrentar sus consecuencias.

Vulnerabilidad: cuando el riesgo se potencializa

Muchas de las comunidades afectadas en Hidalgo, se encuentran en zonas de alto riesgo: laderas inestables, cauces de ríos y pendientes pronunciadas. A esto se suma que las viviendas suelen ser precarias, los caminos intransitables y la infraestructura insuficiente para prevenir deslaves o desbordamientos.

Y cuando el desastre llega, los servicios básicos —agua, electricidad, caminos y salud — se interrumpen con facilidad, dejando a las familias en una vulnerabilidad aún más grave. En estos territorios, el cambio climático no es un tema de conferencias internacionales, sino una cuestión de supervivencia diaria.

Adaptarse para resistir

Adaptarse no significa rendirse, sino prepararse. Se trata de reducir la vulnerabilidad de las personas y los ecosistemas frente a los efectos del cambio climático. Implica reconocer los riesgos y construir comunidades más seguras, con infraestructura adecuada, información accesible y políticas que prioricen la prevención sobre la reacción.

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El clima ya cambió. Nos corresponde adaptarnos a la nueva realidad para poder seguir habitando esta tierra que también se transforma ante nuestra mirada incrédula.

Más allá de la emergencia

Las autoridades ambientales y protección civil enfrentan una tarea titánica: actuar más allá del momento de la emergencia. La ayuda no puede limitarse a repartir despensas y láminas, o sacar lodo de las calles. Necesitamos planificación territorial, fortalecimiento comunitario y visión a largo plazo. La reconstrucción verdadera empieza cuando la prevención se vuelve parte de la vida cotidiana.

Priscila se irá de los titulares y de las giras políticas, pero no se borrará de la memoria de quienes lo perdieron todo. Este momento es una oportunidad para aprender y reconocer que el cambio climático ya está aquí.

Adaptarnos, no solo implica proteger nuestras casas, sino proteger la vida, el agua, la tierra y el futuro de quienes aún habitamos este planeta. Porque en cada tormenta, la naturaleza nos recuerda que no somos dueños, sino sus huéspedes.  

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