¿A qué se dedica fuera de sus actividades?
—Cuento cuentos —responde sin dudarlo Álvaro Bardales, el hombre que entiende tanto de números como de letras y sabe combinarlos. Contador para comer y cuentista para vivir. Así es el contralor del estado, quien cuenta tanto cifras como historias. Su relato favorito se titula “Los Mineritos”.
Doctor en Ciencias de lo Fiscal, contador y auditor, Bardales es descrito por quienes lo conocen como un hombre inteligente. Sentado con una taza de café, cuenta que nació en el barrio de La Palma en Pachuca, donde aún viven sus padres, Juan Bardales y Laura Ramírez, ambos de más de 90 años. Él es el segundo de cuatro hermanos y se autodenomina “el Robin” de la familia, entre risas. “El primero es Batman, y a mí me tocó ser Robin”, dice con humor.
En su barrio, la principal preocupación era terminar la escuela, y así lo hizo, siguiendo el consejo que su madre le repetía constantemente: “Hagas lo que hagas, hazlo bien”. Con los años, dividió su tiempo entre el estudio y el fútbol, deporte que practicó con el mismo equipo, el de La Palma, durante 35 años.
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En esos años, también conoció a Julio Menchaca, actual gobernador del estado. Ambos tenían alrededor de 13 años y compartían uno de sus pasatiempos favoritos: el futbolito, en el que Menchaca destacaba. Aunque tomaron caminos distintos, mantuvieron su amistad.
Tras concluir su carrera en Contaduría Pública en la UAEH, Álvaro se mudó a la Ciudad de México, donde le iba muy bien. Sin embargo, el terremoto de 1985 lo hizo replantearse su permanencia en la capital. El despacho en el que trabajaba colapsó, y aunque él estaba en camino cuando ocurrió el sismo, lo que presenció lo llevó a regresar a su tierra natal. Fue también en esos años que se encontró con una clarividente.
Las cartas ya estaban echadas y aquel día Álvaro lo confirmaría. Una llamada telefónica lo sacó del lugar donde se encontraba para buscar mejor recepción; se trataba de una oferta de empleo. Con el teléfono en la mano, caminó y sus pasos lo llevaron al local de Zulema, la clarividente. Al verlo, ella le ofreció leerle las cartas, a lo que él, incómodo y con la excusa de no tener dinero, intentó evadir. Sin embargo, lo que tenía que ser, sería, y las cartas revelaron tres hechos que, con el tiempo, se cumplirían: un nuevo empleo, dinero y un castillo.
En ese momento, Álvaro pensó que no era posible, pero la vida le demostraría lo contrario. Su afición por los cuentos, junto con el empleo bien remunerado que obtuvo, lo llevaron a construir el “Museo de Miniaturas Castillo de Dragones”. En él alberga alrededor de 200 maquetas que representan cada uno de los 200 cuentos que ha creado. Cada figura y cada objeto en el castillo es parte de su historia, una que ha sabido vivir y disfrutar.
Además de los números y las letras, Álvaro es amante de los gatos. Su mascota favorita, a la que llama “el rey gato”, llegó un día a tomar el trono en el castillo. Pero el felino no ha sido el único visitante peculiar; también han pasado por allí un pato, una víbora, una lechuza y una ninfa. Incluso un grupo de personas que se identificaban como caballeros templarios reclamaron el derecho a ser ellos los constructores del castillo, un lugar que él levantó hace seis años.
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Entre cuentos y recuerdos, Álvaro menciona que su libro favorito es Un carcaj lleno de flechas, de Jeffrey Archer. “En el libro, cada flecha es una historia; ¿cómo no me iba a gustar?”, enfatiza.
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