What To Know
- Suscríbete a nuestro canal de WhatsApp y entérate de todas las noticias al instante Nunca escapaba a ninguna confrontación pues la vida había forjado en él un ser valiente aunque con gesto ligeramente adusto, con una mirada que imponen e inspira respeto,aunque fácilmente podrías sentir ternura al verlo sonreír, como cuando tiene un gesto amable pues, quienes lo conocen saben de su gran corazón y su gusto por ofrecer .
- Por su parte, en una de las mesas destacan un par de playeras del América, son dos coyotes que a pesar de presumir su astucia son confrontados por el resto de los animales, acusados de parecer ma de ratas luego de que el árbitro pitó un dudoso penal a su favor.
- Igualaba su peso, lo empujó hasta la barra para poner la botella en su hombro y dar un salto descompuesto, cayendo sobre el cartón sobre el cual colocó la botella para apoyarse en ella y dar un segundo salto que lo llevó a la altura de la barra en donde, tranquilo, le dio un trago a su copa de ron mirando fijamente al oso, ya sentado en la misma barra y a la misma altura, en igualdad de condiciones.
Había una vez, un pequeño conejo que vagaba por el campo dando tumbos entre los magueyes luego de beber pulque, buscaba en su camino algún lugar donde continuar la farra pues su paso por el tinacal lo hizo sentir festivo.
Era un conejo llamado Miguelito, de avanzada edad y de baja estatura, fuerte y firme como quien ha trabajado la tierra desde joven.
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Nunca escapaba a ninguna confrontación pues la vida había forjado en él un ser valiente aunque con gesto ligeramente adusto, con una mirada que imponen e inspira respeto,
aunque fácilmente podrías sentir ternura al verlo sonreír, como cuando tiene un gesto amable pues, quienes lo conocen saben de su gran corazón y su gusto por ofrecer ayuda sin pedir nada en cambio.
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Sin embargo, debido al calor del alcohol, después de unos tragos la valentía de Miguelito se exaltaba lo que le generaba problemas con otros animales. Sentirse cómodo a la hora de beber era muy importante para él, por eso siempre buscaba el mejor lugar para hacerlo.
Fue pensando en eso, que notó desde lejos como otros animales entraban y salían de una cueva, así que se dirigió hacia allá decidido ¿Cuál sería el ambiente en el lugar? Sólo recordó haber oído, entre rumores, que quien atendía en esa cueva era un oso llamado Javier, a quien la gente respetaba pues además de su gran tamaño llevaba largos años sirviendo tragos ahí.
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Miguelito entró sin meditarlo, aunque tambaleando un poco debido al pulque gustosamente tomó, se detuvo un momento en la puerta y observó el interior de la cueva. Pudo ver una barra semicircular y un par de mesas, dentro de la barra, que se encuentra justo en el centro de todo, lucía imponente, un oso que lo observaba detenidamente.
En la barra vió también a un chango ligeramente despeinado y barbón, portando la playera del pachuca, bebiendo cerveza mientras charla con un viejo pelícano tartamudo, mientras un par de hermosas cebras brindan con una quemadita en mano.
Por su parte, en una de las mesas destacan un par de playeras del América, son dos coyotes que a pesar de presumir su astucia son confrontados por el resto de los animales, acusados de parecer ma de ratas luego de que el árbitro pitó un dudoso penal a su favor.
¿Hay servicio? preguntó Miguelito en tono serio, a lo que el Oso al percatarse de que el conejo se encontraba alcoholizado dudo de su capacidad y replicó de inmediato: “si deseas beber en esta barra primero debes de llegar a ella, esta barra solo es digna de quienes lo merecen, dudo mucho que un conejo tan´pequeño y empulcado tenga cabida aquí”.
Fue de inmediato que Miguelito solicitó al cantinero: “traiga usted para mi un cartón de cerveza, las más grande de sus botellas y sirva además una copa de ron”. Todos los animales miraron asombrados, ¿como un animal tan pequeño podría beber tanto? Sabedores de la mecha corta por la que se conoce al Oso, miraron expectantes.
Miguelito había visto pasar sus mejores años, sin embargo aún poseía una gran fuerza producto de su trabajo cotidiano, así que sin dudar tomó el cartón de cerveza, que seguro igualaba su peso, lo empujó hasta la barra para poner la botella en su hombro y dar un salto descompuesto, cayendo sobre el cartón sobre el cual colocó la botella para apoyarse en ella y dar un segundo salto que lo llevó a la altura de la barra en donde, tranquilo, le dio un trago a su copa de ron mirando fijamente al oso, ya sentado en la misma barra y a la misma altura, en igualdad de condiciones.
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El oso, luego de mirarlo detenidamente, soltó una carcajada: “chaparrito cabrón, te has ganado un lugar, no solo en esta barra, también en mi corazón, te ofrezco mi cueva y todo lo que puedas necesitar de mi”. El resto de los animales celebraron con tragos y canciones, porque es bien sabido en el reino animal que en una cueva donde todos beben, aunque parezca salvaje, todos somos iguales, se brinda sin distingos y prolifera la camaradería.
Desde entonces, el conejo hizo de la cueva su hogar, y se le vio por ese rumbo hasta el último de sus días, dejando un legado de igualdad, amistad y entrega desinteresada. En estas líneas hay mucho cariño. Descansa en paz, Miguel Rodriguez Tellez.
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