Si algún día te preguntan por qué el futbol mexicano es como es, irregular, inflado, centralista, y por momentos irremediablemente inverosímil, no empieces por los directivos, los jugadores o los sistemas de competencia. Empieza por Roberto Gómez Bolaños.
Sí. Chespirito.
La famosa película de 1979, “El Chanfle” no sólo fue una comedia ingenua que llenó salas de cine. Fue también una maniobra narrativa impecable. Porque sin querer (o queriendo), no sólo se convirtió en propaganda del Club América, sino en un parteaguas entre dos eras del futbol mexicano: la de la provincia contra la del capital, la del equipo del pueblo contra el equipo del “patrón”.
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Y es que originalmente y de acuerdo a la bioserie de Roberto Gómez Bolaños y a declaraciones de su hijo mayor y autor de la misma, El Chanfle iba a ser una cinta dedicada a las Chivas del Guadalajara, equipo del que era partidario el “pequeño Shakespeare”.
Pero por una instrucción del dueño de la televisora que transmitía sus programas, la historia dio un giro: Televisa, que por entonces consolidaba su hegemonía tras la absorción de Canal 8 y el nacimiento oficial de la empresa en 1973, terminó por llevar la película hacia el América, el club que ya había comprado en 1959 a una refresquera que lo tenía como “hobbie”, pero que no terminaba de cuajar en el gusto popular. Los equipos amateurs a los que enfrentaba se llamaban “ADO” y “Aurrerá” para que se den una idea.
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Hasta entonces, el América no era ni remotamente el monstruo mediático que es hoy. Tenía apenas dos títulos de liga y una afición discreta, comparable con la del Atlante. Pero Chespirito tenía algo que ningún club, por exitoso que fuera, podía comprar: una audiencia cautiva en todo el continente y más allá.
Los programas de Roberto Gómez Bolaños ya eran un fenómeno intercontinental. Los vendía a decenas de países, lo que no lograban hacer las telenovelas de la misma empresa. Hacía reír a familias en Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia, Honduras, Brasil, Argentina, España, Rusia y hasta China.
Y eso le daba a Televisa un caudal de recursos y prestigio que permitió no sólo comprar más canales, sino financiar lo que en los años 80 conocimos como el aparato completo del entretenimiento mexicano: Televisa, Televicine, Televiteatro, Televisa Radio… y por supuesto, el futbol, que era el único “negocio” que a principios de esa década dejaba números “rojos”.
Fue tanta la necesidad de cambiar la imagen del Club América que dejaron de ser “canarios” para mutar a “águilas”, mascota muy conveniente porque podía asociarse ni más ni menos con la del escudo nacional.
Ese cambio fue acompañado por el tema “México” del grupo Timbiriche, en cuya letra, de manera subliminal, imponían la narrativa del equipo y no de nuestro país como todos piensan, y por llevar a Parchis a cantar un nuevo himno rimbombante, que sería replicado hasta en la sopa.
Había que inculcarle a los infantes setenteros y ochenteros que el América “era grande”. ¿Conocen a alguno que se haya convencido?
El objetivo era claro: destronar a las Chivas, el verdadero grande en títulos y afición, eso sí, no importando si eran “fanáticos” o “detractores”, la idea era convertirlos en el centro del futbol, para que entonces, la compra del América fuera “rentable”.
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En lo deportivo, las cosas se “darían” con el tiempo y el control de la Federación Mexicana de Futbol, con todas sus ramificaciones, le redituaría en “conquistas”. Historia que podemos comprobar cualquiera de nosotros con un mínimo esfuerzo al indagar en cualquiera de las herramientas informativas que hoy están a nuestro alcance.
Justo ahí entró Chespirito. El Chanfle no sólo fue una comedia, fue el primer gran acto de storytelling futbolero hecho en México. Y funcionó.
Tanto que para mediados de los 80, el América ya había “obtenido”, como fuera y pasando por quien fuera, cinco títulos más, y se inventaban rivalidades contra Cruz Azul, Pumas y por supuesto contra Chivas, único grande en esos tiempos.
Algunos eran clásicos de verdad. Otros, inventados por decreto. Todos, con cámaras de televisión alrededor.
¿Coincidencia? No tanto. Porque el poder que comenzó con una película familiar terminó metiéndose en la estructura misma del futbol nacional. Desde los derechos de transmisión de la Selección Mexicana, hasta el control de la Comisión Disciplinaria, la designación de árbitros, el draft de transferencias, y la creación de la liguilla como modelo de negocio.
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Todo eso, y más, diseñado, negociado o influenciado desde los mismos estudios donde se producían los programas de El Chavo del 8.
Ahí donde se escribían los guiones de Don Ramón regañando a Kiko, también se delineaban los planes para convertir al América en un producto rentable, masivo y polémico. Incluso los comentaristas tenían como “jefe” al mismo que los jugadores azulcremas. ¿Podían criticar? Claro. Mientras no afectaran la narrativa central: “el América es grande, porque lo decimos todos los días, faltaba más”.
Tenía sentido que el Sr. Barriga, dueño de la vecindad y poderoso económicamente, le fuera al Monterrey, que el Profesor Jirafales, como académico, a los Pumas, Don Ramón al huidizo Necaxa, y el Chavo (con Ch de Chivas) y afín a la niñez mexicana, al América. Guion perfecto.
Y lo decían. Una y otra vez. Con Chabelo. Con el Loco Valdés. Con los memes. Con los resúmenes de media semana. Con las repeticiones. Con las camisetas. Con las leyendas prefabricadas. Todo repetido, hasta que muchos lo creyeron, a tal grado que hoy nadie lo pone en duda. De hecho, creer lo contrario “es no saber”.
(Para mayor contexto leer la columna comunicacional #EnCódice de esta semana con el tema Repetición Formativa publicada en los portales de Expediente Ultra y Central Mx).
Hoy el futbol mexicano sigue atado a esa lógica. Y lo más probable es que por ello no pasemos del quinto partido. Porque en lugar de apostar por estructuras deportivas, apostamos por relatos. En lugar de formar jugadores, formamos personajes. En vez de competencia, espectáculo. Y en vez de planificación, nostalgia por lo que “fuimos” … en una película.
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Ah, pero si otro club de futbol se atreve a llevarles la contra para mejorar el nivel del balompié nacional, y cuestionarlos fuera de la cancha, trabajar en fuerzas básicas y triunfar internacionalmente, entonces sí, hay que “reventarlo” por ir en contra de un modelo que solo ha beneficiado a un solo club.
Y aunque suene duro, la historia que hoy vivimos en el deporte más popular de nuestro país no empezó en una cancha, ni en una asamblea de dueños. Empezó en una vecindad, con una “pelota cuadrada” y un guion escrito por Chespirito, que con su éxito dio herramientas para potenciar a un equipo que vendía refrescos, y tenía una imagen endeble con pírricos resultados.
Y que hoy la mayoría compra como lo que no es: grande.
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