En medio de una agenda mediática saturada, la crisis en el PRI ha pasado desapercibida, pero no es asunto menor lo que sucede en ese partido, que hasta hace pocos años encabezó el gobierno federal.
Uno de los síntomas de la descomposición del otrora poderoso partido fue la reciente renuncia del senador Manlio Fabio Beltrones, quien anunció su separación el pasado 6 de octubre tras 50 años de militancia.
Su decisión, según explicó el político sonorense, la tomó luego de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) validó la reelección de Alejandro Moreno al frente del PRI, quien dirige el barco junto con la hidalguense Carolina Viggiano en la Secretaría general.
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Beltrones, quien fue dirigente nacional, señaló que la decisión del máximo tribunal electoral es errada, pues uno de los pilares del tricolor fue precisamente luchar contra la reelección, por lo que al ratificar a “Alito” se diluyen sus ideales de democracia y justicia.
Pero más allá de que el PRI y los incondicionales a Alito hayan traicionado sus propios principios, el tricolor enfrenta un proceso de descomposición que se agravará bajo el liderazgo del político campechano.
No sólo por sus escándalos de corrupción, cuya descripción se llevaría varias cuartillas, sino porque el PRI enfrenta una aguda crisis de credibilidad, que se agrava con la salida masiva de sus cuadros valiosos.
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El caso de Beltrones es uno de los más visibles, pero recordemos que los exdirigentes nacionales Dulce María Sauri, Enrique Ochoa y Pedro Joaquín Coldwell, previamente impugnaron la reelección y manifestaron su rechazo a la permanencia de la actual dupla al frente del PRI nacional.
En Hidalgo las cosas tampoco van bien para el priismo. El actual dirigente estatal, Marco Mendoza Bustamante, enfrenta el desmantelamiento de comités municipales, cuyos dirigentes acusan a la cúpula estatal de mandarlos a la guerra sin fusil, es decir, de dejarlos sin recursos para operar en las pasadas elecciones.
Incluso, según información hecha pública recientemente, señalan a Mendoza de enriquecimiento inexplicable, pues acumula propiedades lo mismo en Hidalgo, que en la Ciudad de México y en Veracruz.
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Al descrédito de su dirigente estatal, se suma el silencio de los opositores hidalguenses a Alito, que, al enterarse de su intención de reelegirse, no dudaron en hacer pública su desaprobación, y que, una vez consumado el golpe, decidieron guardar silencio, acaso conscientes de que no queda mucho qué hacer por el partido que alguna vez les permitió llegar al poder.
El futuro para el PRI parece ser su atomización, para convertirse en un partido bisagra que permita destrabar iniciativas o sacar adelante proyectos al hoy partido mayoritario. Esa circunstancia, según aprecia el periodista Salvador García Soto en su columna “La jibarización del PRI”, implicaría la posibilidad de hacer jugosos negocios a la dirigencia nacional. A eso quedó reducido la vieja aplanadora priista.
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