María Magdalena González Escalona, consejera presidenta del Instituto Estatal Electoral, está convencida de que el humanismo salva vidas y de que la felicidad se encuentra en los momentos simples: en una comida en familia, en una charla acompañada de una taza de café o en el sonido del tren que escuchaba de niña. Para ella, ser feliz no requiere dinero, poder o prestigio. La felicidad, afirma, es ser la séptima de once hijos.
Proveniente de una familia nuclear de 13 integrantes —11 hijos, cuatro hombres y siete mujeres—, además de sus padres, María Concepción Escalona y Francisco González Navarrete, su infancia transcurrió cobijada por los suyos en la Ciudad de México. Sus padres, originarios de Tizayuca, migraron a la capital en busca de mejores oportunidades, formando una familia tradicional en la que su padre era el proveedor y su madre se dedicaba al hogar.
Recuerda que uno de los momentos preferidos de la familia era la llegada de su papá del trabajo, quien siempre llevaba pan o tacos para la cena. Después venían los juegos de mesa, que todos disfrutaban. En la secundaria República de El Salvador, en su tercer año, le asignaron un grupo competitivo con los mejores promedios, lo cual, confiesa, no disfrutó.
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Su familia no se olvidaba de Tizayuca y visitaban el lugar constantemente, o bien, ella y sus hermanos pasaban las vacaciones con sus abuelos. En ese entonces, el tren era un medio de transporte común y la casa estaba cerca de la estación de Paula. Cuando escuchaban el peculiar silbido de la locomotora, salían a esperar que su madre llegara con comida y recuerdos para todos.
En su familia, María Magdalena recuerda la tradición de estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a la cual todos sus hermanos pudieron asistir. En casa, el modelo a seguir era su padre, quien era servidor público, al igual que sus tíos, por lo que siempre supo que quería trabajar en una institución vinculada a la política. Por eso, al ingresar a la UNAM, eligió el Colegio de Ciencias y Humanidades.
Su vida transcurrió entre la convivencia con sus hermanos; primero en los juegos, luego en las fiestas y también en los estudios, donde fue reconocida como estudiante sobresaliente con un promedio de 9.98. En ese entonces, el rector Jorge Carpizo le envió una carta de reconocimiento, la cual decidió no recoger en protesta por la iniciativa de reforma que el funcionario había impulsado.
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Al ingresar a la UNAM, el Consejo Estudiantil ya estaba conformado, por lo que no pudo formar parte de él, aunque siempre apoyó la lucha estudiantil por una educación gratuita. La rebeldía siempre ha estado presente en su vida, por ello se niega a considerar que el dinero, el poder o el prestigio formen parte de la felicidad, algo que aprendió del movimiento humanista, al cual pertenece.
En 2010, participó en la Marcha Mundial por la Paz organizada por este movimiento, en la que, según cuenta, se incorporó en Chile.
Ya en su carrera profesional, inició en el entonces Instituto Federal Electoral como vocal en Tlaxcala, siendo la mujer más joven en ocupar ese cargo. Al mismo tiempo, realizó estudios de maestría en Puebla, y, posteriormente, el destino la trajo de regreso a Hidalgo. Poco a poco, la familia muegano que son, también comenzaron a retornar a sus orígenes y ahora la mayoría se encuentra en esta entidad.
Amante de la comida, disfruta tanto de una longaniza en salsa verde de Acaxochitlán como de una barbacoa o cecina con enchiladas. Entre sus sueños futuros, desea ser más activa en una organización social y dar clases para impulsar a las nuevas generaciones. Su mayor temor es la normalización de la violencia, y su mayor felicidad se encuentra ahí, en los pequeños momentos que disfruta.
Te recuerdo que si te has preguntado, ¿qué sucede con los políticos y funcionarios cuando se apagan las cámaras, se cierra la puerta de la oficina y llegan a casa?, te invito a leer las historias de vida de los hombres y mujeres que rigen el destino de Hidalgo.
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