Después de la tormenta viene la calma y, haciendo una analogía con lo que pasó en la pasada jornada electoral, hoy podríamos decir que estamos en el día después, por lo que cabe reflexionar desde otro ángulo: sobre lo que podría ocurrir con los perdedores de la pasada elección.
Hay varios jugadores derrotados, pero sobresalen los casos de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y de la Revolución Democrática (PRD). El primero, porque quizá nunca en su historia había sufrido una derrota como la que experimentó el pasado 2 de junio.
Su único triunfo en el municipio de El Arenal en las elecciones municipales fue la comidilla en redes sociales y convivios poselectorales. ¿Cómo evitar el sarcasmo y las burlas cuando el PRD, cuyo registro está en vías de extinción, mejor ganó dos ayuntamientos por sí solo?
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¿Qué le sucedió al partidazo? ¿Qué pasó con esa aplanadora cuyos dirigentes todavía hace unos años decían que el PRI iría por el carro completo? Las causas de la debacle priista deberían ser objeto de un estudio más profundo, pero en la coyuntura actual varios son los que apuntan a la peor dirigencia en su historia: la comandada por Alejandro “Alito” Moreno y la hidalguense Carolina Viggiano, como secretaria general.
Apenas la semana pasada el exdirigente estatal, Julio Valera Piedras, declaró en entrevista que el hecho de que ahora el PRI sea la última fuerza a nivel estatal se debe a una “pésima dirigencia a nivel nacional”. El hoy diputado sin partido, que renunció junto con otros cuadros al PRI para formar el Grupo Plural Independiente, recordó que cuando fue dirigente en el 2020 logró el triunfo en 32 alcaldías, cifra muy lejana a la de este 2024.
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¿Qué tendría que pasar después de la monumental derrota del 2 de junio? Apelando a la sensatez, uno supondría que tanto la dirigencia nacional como la estatal tendrían que renunciar y llamar a la elección de nuevos liderazgos, algo que, sin embargo, difícilmente ocurrirá.
Si hubiera sentido común en el PRI no habrían llevado como candidatos a los mismos que hemos visto durante décadas. Pero eso parece no importarles. Hoy, sin embargo, ante el escenario desolador, no tienen muchas opciones: o apuestan por reinventarse, o se mantienen en ese escenario inercial cuyo final uno puede adivinar: la extinción en el mapa político estatal y nacional.
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El PRI debería verse en el espejo del PRD, que terminó siendo un partido sin identidad, que orbitaba entre un partido de centro y uno de derecha. Un partido que decía ser “la verdadera izquierda” pero que navegaba a la sombra del PAN y del PRI.
El PRD hoy va a luchar en los tribunales para evitar la pérdida de su registro. Una pelea que debió dar entre el electorado, no con ayuda de abogados. Hoy el PRI enfrenta una disyuntiva similar: o encuentra su identidad y suma nuevos cuadros, o el tiempo lo llevará a una lenta desaparición, a un sendero como el que vive el Sol Azteca.
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