“Ahí, donde una vez al cruzarlo me atropelló un Vocho por dejarle su comida al “Terry” y donde podía hacerme el lesionado hasta que pasara otro coche.”
Ahí, donde apesta a coladera, donde las piedras y vidrios se enterraban en las piernas, donde el grito de “carro” suspendía momentáneamente una confrontación.
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Donde doña Carmelita se enojaba porque la pelota pegaba en su portón, y cuando se volaba nunca nos la regresaba.
Justo ahí, donde la vecina del 119 gritaba más fuerte que nosotros para pedirnos que nos calláramos cada vez que gritábamos gol.
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Donde le pegamos 100 veces al impecable coche del señor Castillo hasta abollarle la defensa, y que como si fuera premonición, salía segundos antes de cada pelotazo.
Ahí, donde una coladera delimitaba la más grande emoción, donde un poste de luz iluminaba toda la cancha cuando se “apagaba la vela”.
En esa plancha de concreto, donde dábamos todo el esfuerzo, con tal de ganar, con tal de imponer condiciones, donde tratábamos de que los equipos estuvieran “parejos” y donde el más “chafa” de nuestros amigos se ponía de portero.
Donde teníamos que esperar cada que le hablaban a Félix para que fuera por tortillas, donde el mejor delantero metía 15 goles y la mejor defensa recibía 10 en un partido.
Ese lugar, donde había que arrastrarse para sacar la pelota debajo de un carro, donde el más ágil se brincaba a la azotea cada que el portero o la defensa despejaban o cortaban un avance.
Ahí, donde la banqueta era un compañero más, donde salía un vecino adulto para hacer una jugada de fantasía en medio de un avance de mi equipo.
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Donde los amigos eran hermanos, y los hermanos podían ser contrincantes, donde la máxima autoridad era nuestra mamá que señalaba el final del partido, donde una simple falta o una marcación en nuestra contra terminaban con una relación de amistad por casi dos días, hasta que entendíamos que todo era solo un juego.
Ahí, ese lugar que a veces extraño, y en el que pasé muchas horas de mi vida, haciéndome pasar por el jugador de moda, donde no había reglas, pero todos entendíamos lo que era trampa y lo que no.
Ese lugar que todavía existe, el que visito con frecuencia, el que tiene todavía algunas huellas de nuestras hazañas.
Donde una vez al cruzarlo me atropelló un Vocho por dejarle su comida al “Terry” y donde podía hacerme el lesionado hasta que pasara otro coche.
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Ahí, donde un día dejó de ser un lugar de juego y que muchos de nosotros recordamos como parte de nuestra infancia.
Hoy he recordado a mi calle, que digo calle, ¡estadio!