Ella es abogada de formación, madre y esposa. Supo construir un camino en los espacios públicos y partidistas, marcados por el machismo, la resistencia y la exclusión. Pero no se conformó con ello. Mirna Hernández Morales llevó su compromiso al ámbito social: es cofundadora de una organización que tutela el único refugio para mujeres en el estado, el cual ha logrado salvar la vida de alrededor de mil mujeres. Por eso, a la distancia, dice que hay plenitud y sueños cumplidos.
Con una vasta carrera en la política, se mantiene firme. Se considera una mujer privilegiada, con una niñez que aún hoy la hace sonreír. Y es que eso forma parte de su personalidad: alegre y positiva. Buena amiga y madre, así es Mirna, diputada suplente en el Congreso local. Aunque no está al frente, asegura que el compromiso se mantiene intacto.
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Nació en Pachuca, en el seno de una familia de cuatro hermanos, siendo ella la única mujer y la mayor. Por ello asumió desde temprana edad el rol de protectora. Ahí nació una de sus primeras vocaciones: la docencia. “Yo quería ser maestra”, recuerda. Pero la vida la llevó por otro camino, y no se equivocó.


Rememora con cariño aquellos años en la casa paterna, en la calle Revolución. En su privada vivían niños de todas las edades, y cada tarde el lugar se transformaba en un jardín de juegos. Las risas se escuchaban en cada esquina.
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Ahí vivió una anécdota poco común: uno de los vecinos tenía un perrito que enfermó repentinamente. Al sospechar que tenía rabia, alrededor de 30 niños fueron vacunados con 14 piquetes en el ombligo. Al final, el animal solo tenía parásitos, pero la historia quedó para siempre en su memoria, ahora con una carcajada.
La juventud también trajo buenos recuerdos. Como aquellas tardes en las que las chicas se arreglaban para pasear por la avenida Revolución, esperando encontrarse con los amigos para luego divertirse en las discotecas. “Eran buenos tiempos, sin grandes preocupaciones”, dice.
Cuando llegó el momento de definir su futuro, eligió la abogacía. Desde joven mostró empatía y gusto por ayudar: recolectaba ropa y juguetes para llevarlos a donde más se necesitaban.

Sus primeras contiendas las vivió en la secundaria, donde encabezó una planilla estudiantil compuesta en su mayoría por mujeres. Aquella elección estuvo marcada por los prejuicios de género: “Las mujeres no pueden”, era el discurso que enfrentaba. Más tarde, fue invitada a participar como reina de la Feria del Caballo, impulsada por Francisco Olvera, con quien años después compartiría filas tanto en el partido como en el ámbito público.
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La política, asegura, siempre estuvo en sus venas. En Jalapa, Veracruz, recuerda que en casa de sus abuelos participaban activamente en eventos políticos; preparaban tortas para recibir a candidatos. Su abuelo era sindicalista y desde ese hogar conoció la lucha social.
De manera formal, se integró a la vida política en la década de los 90, al participar en procesos internos del PRI, donde comenzó a formar estructuras de base, especialmente con mujeres de barrios y colonias.
En lo personal, se casó con Víctor Hugo Vallejo, con quien ha compartido su vida durante casi cuatro décadas. Tuvieron dos hijos: Hugo y Sofía, ambos profesionistas. A pesar de las dificultades para abrirse paso en la política, nunca descuidó la crianza ni el hogar. Fue clave el apoyo de su esposo, de sus padres y de una red de amigas que supieron enfrentar juntas los obstáculos.


Como mujer en el ámbito público, no estuvo exenta de rumores y prejuicios. “Muchas veces todo lo que logras te lo atribuyen a tu físico, no a tu capacidad”, confiesa. Aun así, no dejó de avanzar ni de luchar por causas que hoy siguen vigentes.
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Desde hace 20 años, también participa activamente en la lucha social como fundadora de la asociación civil Familiares y Romper el Silencio A.C., la única en el estado que tutela un refugio para mujeres víctimas de violencia extrema y sus hijas e hijos. “Salvar a una madre y a sus hijos no tiene precio”, afirma con convicción.
“La vida ha sido buena”, reflexiona. Su historia es la de muchas mexicanas que han abierto camino y alzado la voz. “¿Que si he cumplido mis sueños? La respuesta es sí. Soy una madre a la que sus hijos ya no necesitan: cada uno ha formado su propio hogar. Ahora me llaman para pedirme la receta de algún platillo que les recuerde a su hogar. Soy una esposa a punto de celebrar 40 años de matrimonio, y una profesionista, algo que no todas las mujeres de mi tiempo pudieron lograr. Y para eso, solo hay una palabra: gracias. Gracias a la vida”.
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