Lo que tienes que saber

  • Acercar la vista al teclado y con un solo dedo presionar cada tecla, una a una, primero lento, después más rápido y fuerte y así reunió palabras sobre la hoja en blanco y luego formó enunciados y párrafos de la nota informativa, contexto incluido.
  • Escribiendo sus notas junto a voluminosos y arrugados expedientes en blanco y negro y una infaltable Coca Cola de vidrio, de esas chiquitas que solía comprar en la tienda de la esquina.
  • Mejor recupero al reportero que termina de rehacer una nota de un novato hace 17 años en una redacción que ahora ya no existe, que se toma su tiempo para buscar las palabras certeras y después cabecear de un solo tirón, como si la idea siempre hubiera estado ahí, esperando a que alguien se diera cuenta para concretarla.

Una tarde de hace 17 años llegué a la redacción del periódico Uno Más Uno, en el centro histórico de Pachuca, con la urgencia de redactar la nota principal del día siguiente. Y cuando terminé, seguramente mal planteada y peor escrita, Ricardo Montoya me pidió que le permitiera leerla y después me dijo: a ver, déjame a mí.

Entonces lo vi acomodarse frente a la computadora. Acercar la vista al teclado y con un solo dedo presionar cada tecla, una a una, primero lento, después más rápido y fuerte y así reunió palabras sobre la hoja en blanco y luego formó enunciados y párrafos de la nota informativa, contexto incluido.

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Esa redacción del Uno Más Uno, no muy grande, fue la verdadera escuela para muchos reporteros que después migramos a diarios con plantillas consolidadas como Milenio o Síntesis. Hasta la fecha varios de los compañeros de aquellos tiempos aún ejercen el periodismo, ya sea como reporteros o editores, otros se desempeñan profesionalmente en oficinas de prensa y algunos decidieron emprender distintos oficios y proyectos.

Creo que todos recordamos la versión de Montoya de esa época. Escribiendo sus notas junto a voluminosos y arrugados expedientes en blanco y negro y una infaltable Coca Cola de vidrio, de esas chiquitas que solía comprar en la tienda de la esquina. Su trabajo, por lo regular, era la nota de ocho del periódico, retomada después por otros diarios.

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Sus amigos le decían Richard, pero yo siempre lo llamé Montoya. Lo recuerdo cubriendo manifestaciones de organizaciones campesinas bajo la lluvia, abordar camiones y colectivas para llegar al bloqueo carretero que estaba a punto de ser retirado por los granaderos. En la toma de presidencias municipales, en la quema de patrullas, en las retenciones de funcionarios de gobierno. Cubriendo riñas, balaceras, asaltos, ejecuciones. También casi regañando a los entrevistados durante los chacaleos. Buscando con urgencia un café internet para escribir en la incomodidad de sillas que ni siquiera tenían respaldo, en el calor sofocante de una tarde cualquiera. Pero, sobre todo, lo recuerdo en aquellos sitios donde uno aprehende el oficio: la conferencia de prensa improvisada sobre la plaza pública, en cualquier lugar donde sucede algo de interés donde hay que llegar para contar la historia.

¿Cometió errores?, como todos nosotros. ¿Polémico?, por supuesto y confrontado con muchos, hasta conmigo. Ante una personalidad como la suya no me atrevo a emitir juicios de valor, ya que me vería reflejado entre los adjetivos. Mejor recupero al reportero que termina de rehacer una nota de un novato hace 17 años en una redacción que ahora ya no existe, que se toma su tiempo para buscar las palabras certeras y después cabecear de un solo tirón, como si la idea siempre hubiera estado ahí, esperando a que alguien se diera cuenta para concretarla: “Siguen las ejecuciones en Hidalgo” y abajo teclear mi nombre completo, con un solo dedo.

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