Lo que tienes que saber
- Aún faltan algunos metros para llegar a la céntrica calle de Nicolás Romero, a un costado del icónico mercado Barreteros de Pachuca, y ya puedo escuchar a lo lejos la algarabía y el bullicio que ocasiona el cubilete, ese ir y venir de los dados que suben y bajan, se agitan, chocan entre ellos como si su andar dentro del vaso fuera un presagio de la buena suerte, de pronto un par de golpes secos contra la barra aparecen como preludio del tiro que está por destaparse.
- Carcajadas y risas acompañan la develación del póker que sella la victoria, por supuesto que no todos sonríen, pues aquel que ha sido vencido toma de prisa su copa para pasar el mal trago de perder la partida y así disimular su enojo.
- Se escucha en el recinto el incansable abrir y cerrar de la puerta abatible que funge como hostess del lugar, es la puerta y su característico sonido la que te recibe y anuncia tu llegada, brindando en ocasiones unos segundos de fama, pues es común que todos volteen a verte cuando ingresas, para después continuar cada uno en lo suyo.
Aún faltan algunos metros para llegar a la céntrica calle de Nicolás Romero, a un costado del icónico mercado Barreteros de Pachuca, y ya puedo escuchar a lo lejos la algarabía y el bullicio que ocasiona el cubilete, ese ir y venir de los dados que suben y bajan, se agitan, chocan entre ellos como si su andar dentro del vaso fuera un presagio de la buena suerte, de pronto un par de golpes secos contra la barra aparecen como preludio del tiro que está por destaparse.
Pudiera parecer increíble, pues aún con la música de fondo que no deja de sonar, aparece una especie de silencio antes de que el jugador levante el cuero, todo es expectativa; “ya destapa que no es ajedrez” grita al aire un espectador, a lo que de inmediato le replican “shhhhhh, los mirones son de palo”. Carcajadas y risas acompañan la develación del póker que sella la victoria, por supuesto que no todos sonríen, pues aquel que ha sido vencido toma de prisa su copa para pasar el mal trago de perder la partida y así disimular su enojo.
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Se escucha en el recinto el incansable abrir y cerrar de la puerta abatible que funge como hostess del lugar, es la puerta y su característico sonido la que te recibe y anuncia tu llegada, brindando en ocasiones unos segundos de fama, pues es común que todos volteen a verte cuando ingresas, para después continuar cada uno en lo suyo.
Por acá en la barra es posible escuchar al cantinero cuando usa el picahielos para comenzar a preparar los tragos, ¿qué será lo que está sirviendo?, de pronto el shaker hace aparición anunciando un cóctel en ciernes, alguien abre una cerveza de lata y los sentidos se agudizan al escuchar ese clásico tronido que hace el aluminio.
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Allá en el fondo luce imponente una rocola, los parroquianos se forman para depositar su moneda y escoger sus melodías favoritas, no hay nada que represente de mejor manera la universalidad de ideas que confluyen en una cantina. Aquí se escucha “de todo un poco” y no hay distingos en los gustos musicales. Es común escuchar a Marco Antonio Solís, que bien puede ser precedido por Maluma, para abrir paso posterior a “Los Caifanes”.
Aún es posible escuchar a Pedro Infante, Antonio Aguilar o a Paquita la del barrio, seguidos ¿porqué no? también de Bad Bunny o Natanael Cano. Mención aparte merece el carrusel de músicos que visitan brevemente el lugar (tres o cuatro canciones por conjunto) y los hay de todos los géneros y nacionalidades. Músicos cubanos, nicaragüenses y venezolanos son comunes hoy en día, porque si algo caracteriza a una cantina es que “todos caben aquí”.
Así que si en esta temporada de festividades de fin de año decides visitar alguna cantina, presta atención a los detalles, escucha y sobre todo disfruta, quedarás gratamente sorprendido.
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