Dinorath Mota

Poncho conoce de todo sin haber visto nada. Para él, la vida no está compuesta de formas ni colores, sino de olores, sonidos y sensaciones que revelan más de lo que los ojos podrían describir. Ciego de nacimiento, afirma que su discapacidad no es una barrera, sino una oportunidad, y la aprovecha cada día, no solo como director del Sistema Estatal para las Personas con Discapacidad, sino también para hacer de este mundo un lugar en el que todos puedan pertenecer.

Dicen que los ojos son el reflejo del alma, pero en Alfonso Hayyim Flores, es su rostro, la forma en que mueve las manos al narrar su niñez, lo que revela su esencia.

Foto: Dinorath Mota

Un bebé ciego con una madre autónoma- madre soltera – , y una infancia marcada por la muerte de su tía Catalina, su cómplice y sostén, el dolor más grande que ha enfrentado. La extraña todos los días, pero sabe que sigue presente en sus recuerdos y en esas caminatas que antes compartían.

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Poncho recuerda que su madre le contó que descubrieron su condición cuando él tenía tres meses de edad, al no responder a ciertos estímulos. Nació con cáncer en la retina, y el diagnóstico médico dictó como única solución el retiro total de sus globos oculares. Desde entonces, utiliza prótesis oculares.

Su familia está compuesta por su madre y su hermana mayor, Ingrid. Con ella comprendió su ceguera y surgieron las inevitables preguntas: “¿Por qué yo no?”, en cualquier evento familiar. Pero esa etapa pasó tan rápido como llegó, porque ambos hicieron equipo: si ella lavaba, él enjuagaba; si ella barría, él doblaba la ropa. Ingrid fue también quien lo impulsó a subirse a los juegos y trepar árboles. Ella le enseñó a vivir.

Foto: Dinorath Mota

Así, Poncho aprendió a no ser una carga. Hay algo que no tolera: que a las personas con discapacidad se les trate como objetos inservibles. Lo vivió en algún momento, cuando todos a su alrededor se divertían y a él lo mantenían sentado en una silla.

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Su vida no ha sido un drama. De pequeño, vivía feliz, aprendiendo Braille y superando sus primeras barreras. Fue en la adolescencia cuando se dio cuenta de su diferencia. Pero entonces llegó a sus manos una computadora y, con ella, el internet, y el mundo se abrió para él: descubrió países, música, folklore. “Eso fue un giro total en mi vida”, comenta.

Hasta ahora, nada le ha impedido ser igual y diferente a la vez. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, y con orgullo cuenta que es el primer abogado de su familia. Fue candidato del extinto partido Podemos, está casado, tiene un buen empleo y todo esto lo ha logrado con solo 26 años.

Sus ojos han sido reemplazados por la imaginación, y lo mismo conoce la ciudad, que ha recorrido solo con su bastón, que la selva, de la cual habla con entusiasmo. Su rostro se ilumina y su voz se acelera al recordar su llegada a la selva chiapaneca: “No me imaginaba cómo era la selva, los árboles. Todo era nuevo: el sonido de los monos, las raíces en el piso y en el aire, los olores. ¿Cómo me pueden entender quienes sí ven? A través de las sensaciones. Lo que sientes al estar frente a un acantilado o un balcón, ahí todos somos iguales”.

Amante de la naturaleza, de los libros y de la equidad, Alfonso se imagina a sí mismo en cinco años como un hombre que ha dejado huella. Él es Alfonso el hombre más allá del director.

Recuerda no te pierda el próximo retrato finado las puertas de la oficina se cierran y las de la casa se abren.

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